sábado, 2 de mayo de 2015

Homenaje a Nancy

Sí, a Nancy, a la muñeca de mi infancia que todavía conservo. 
Mi historia con ella empezó de un modo muy casual. Cada año, cuando se aproximaba la fecha de los Reyes Magos, mi madre nos llevaba a una tienda del barrio que era a la vez librería, papelería, quiosco, juguetería, despacho de butano y de hielo y puesto de quinielas. La regentaba una señora mayor muy pintada, muy teñida, muy enjoyada, muy salada y extrovertida, al estilo de las mestresses del mercado. La señora (y la tienda, claro) se llamaba Lolita. Cuando llegábamos, pasábamos a una especie de trastienda a la que se accedía subiendo dos o tres escalones donde se exponían todos los juguetes, un valhalla para nuestros ojos inocentes de niños españoles de los primeros años setenta del siglo pasado. Entre todo lo que veíamos escogíamos una cosa para que nos la trajeran los Reyes. Una cosa que era el regalo principal. Luego siempre caían muchas cositas pequeñas, dulces, cuentos, juguetitos pequeños, algo de ropa... En el año 1973 yo escogí una muñeca, como cada año. Pero esta tenía la particularidad de que tenía muchos vestidos, concepto hasta el momento inaudito para mí. Las muñecas venían con un vestido y los diferentes outfits que se les podían conseguir venían de la aplicación de nuestro ingenio a cualquier trapito/pañuelo/lo-que-fuera que pillábamos por casa. Tras escoger la muñeca, Lolita agarró un puñado de cajas (los vestiditos) que me iba enseñando y ante los que yo decía sí o no al tiempo que ella iba apartando los que habían obtenido mi aprobación. Todavía me parece oír vivamente el "¡Lolita!" que le lanzó mi madre a la tendera para que dejara de tentarme. Allí se quedó todo aquello "encargado" para que los Reyes lo pasaran a recoger y me lo trajeran a casa en la noche del 5 al 6 de enero de 1973. Llegó mi muñeca y sus vestidos, jugué con ella, y el primer día de cole después de las vacaciones flipé en colores al descubrir que la mayoría de las otras niñas la tenían, que era la muñeca de moda. Y yo en lo alto de la higuera. No tenía ni idea. Imagino que habría anuncios en la tele , no sé, pero juro que en mí no hizo mella ningún método de marketing de los de Onil. Desde entonces, todos los regalos de santo, cumpleaños, Reyes, buenas notas, giraban en torno a Nancy y su fascinante (al menos para mí) mundo. Mi madre no paraba de hacerme vestiditos y con el tiempo he comprendido lo bien que se lo pasaba la buena mujer aunando su pasión por la costura con la dicha de tener, por fin, aunque indirectamente, la muñeca que no pudo tener en su infancia de pobreza, guerra y orfandad. Mis tías también colaboraban en el ropero de Nancy. Y todavía hoy conservo los vestidos, no solo la muñeca. Hace unos años compré una caja de madera que arreglé para guardarlos. (El armario, que ya estaba muy perjudicado y no era restaurable, lo tiré en ¡2005!)





El caso es que hace unas semanas, navegando por la red, descubrí que hay todo un mundo dedicado a Nancy, de coleccionistas, restauradores, etc... Auténticos especialistas que te dan consejos casi profesionales de cómo restaurar las muñecas. Yo tampoco es que quiera poner tanto empeño y pasión en este tema (aunque admiro y respeto a quien lo hace), pero en ese momento sufrí un ataque de fervor nanciero que me llevó a lanzarme a la sección de tintes del mercadona, comprar un tinte pelirrojo (que luego no he usado) y leer aquí cómo devolver a mi Nancy su color rosado en la cara, en lugar del amarillento que con los años se le había puesto. También aprendí que las Nancys se clasifican por años y que la mía pertenece a la época de las Prehistóricas, creo que Fase II, y que es de las Pata-bollo (por sus tobillos regordetes). Éstas son las más valiosas por su antigüedad y se recomienda no ser muy agresivo en las restauraciones para conservar su esencia. Todas estas informaciones las conseguí en el blog de Karmeta
Mí muñeca se veía así, con la cara más amarillenta que el cuerpo. Parece ser que el vinilo utilizado en ambas partes es diferente y envejece también diferente.
De pelo también anda la pobre más bien escasa pero no me he querido meter en ese jardín de los injertos... Le dí un bien lavado con agua fría, le dejé una mascarilla puesta unas cuantas horas y la colgué de los pies cabeza abajo a que se secara, en el más puro estilo Abu-Ghraib, ante las quejas de mi marido que se dolía de ver a la pobre Nancy en tal posición. 
Lo primero que hice fue intentar quitarle de los labios y de las uñas el esmalte (de uñas) rojo que le había puesto hace como treinta años.


Con quita-esmalte. No se le fue del todo, pero pasé de meterme en productos químicos más agresivos. También pasé de intentar quitarle con ese mismo tipo de productos la manchita gris que tiene en la frente. A ver si iba a ser peor el remedio que la enfermedad. Y además, Nancy y yo envejecemos con dignidad, arreglamos lo que podemos pero no nos metemos en locuras extremas.
Así se veía después de la acetona y con el pelo lavado (aunque no seco del todo, pero la tuve que descolgar porque a mi señor marido le iba a dar un acicoaco si seguía viéndola en tal postura)

Para devolver el color rosadito de la cara seguí los consejos de Karmeta y de Ana. Primero probé mezclando crema de manos con un poco de pintura acrílica y dejándosela como una mascarilla.

Insuficiente. Así que saqué la artillería pesada:
Y me decanté por un hue granate, que es como una tintura, una pintura diluida. Le fui dando por la cara poco a poco, con pañuelos de papel, algodoncitos y bastoncitos.


Mejor, ¿no? Lo que sí que es vergonzoso es la calidad de mis fotos, pero es lo que hay, hasta que no aprenda, que espero sea pronto.
También he estado lavando y arreglando los vestiditos que lo necesitaban.
La verdad es que muchos de ellos están amarillentos y no hay manera de volverlos al blanco nuclear que fueron. Quizás si les metiera lejía y similares a lo bestia conseguía algo, pero me da miedo estropear esas miniaturas que cosió mi madre con tanta ilusión. Así que van a seguir amarillentos. Os enseño una pequeña muestra. 
Trajes de baño:
Trajes chaqueta:

Y el delantal y la cofia (vista por detrás) del vestido de enfermera.


  Y este es el resultado final. 


La verdad es que cuando miro a mi Nancy (¡atención, estoy a punto de ponerme ñoña, estáis avisados y a tiempo de huir!) me sigue pareciendo igual de bonita que me lo parecía cuando tenía seis años (yo, ella no tiene edad). Veo otras Nancys de otras épocas y no me lo parecen tanto (de los nuevos modelos modelnos no quiero ni hablar con esos ojacos que se les van a salir de las órbitas, ¿dónde ha ido el sentido de la estética de Fábricas Agrupadas de Muñecas de Onil, S.A., Famosa?) Quizá sea la única cosa sobre la que, después de más de cuarenta años, no he cambiado de opinión.
Después de haber escrito este largo post, seguramente el más prolijo de toda mi historia bloguera, me doy cuenta de que sin dejar de ser un homenaje a Nancy, como anunciaba en el título, es también un homenaje a mi madre. En el fin de semana del Día de la Madre. Qué curioso. A estas alturas creo que ya tenéis claro lo mucho que quiero a mi Nancy, pero imagino que no hace falta deciros que las intercambiaría sin pensármelo ni una milésima de segundo.